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Mostrando entradas de febrero, 2013

M. Proust: Días de lectura

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Marcel Proust: Días de lectura . Taurus. Traducción de Alicia Martorell y Núria Petit Fontsere.   Confieso: apenas sé de literatura francesa. Camus, Sartre, de Beauvoir, Houellebecq, Rousseau, Voltaire, Madame de Lafayette, Flaubert, Duras, Dumas, Baudelaire, Verne, Saint-Exupéry, Montesquieu, Sand, Stendhal, Gide, La Fontaine, Leroux, Nin, Goscinny, Yourcenar, de Laclos, Sagan, Modiano, Ionesco, Barbery, Ernaux, Zola. Desordenadamente, son los autores que mi memoria rescata. Muy pocos para un país de tan rotundo peso literario, transitado por tantos escritores emblemáticos. A Proust no me había acercado. Temía, digamos, pasarle una enfermedad, y sus siete tomos de En busca del tiempo perdido  me esperan. Sin embargo, estos Días de lectura —portada modernista y delicada, peso ligero— han supuesto un estallido primaveral temprano. Como un pañuelo impoluto que contiene un estornudo feroz.    Clausuro con algunos pasajes (con el perm

J. C. Oates: Bestias

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Joyce Carol Oates:  Bestias . Papel de liar. Traducción de Santiago Roncagliolo. Bestias  es una perla perfectamente pulida con una historia siniestra en su interior. Se basa en el recuerdo de los abusos y humillaciones sexuales vividos por la protagonista y sus compañeras de universidad veinticinco años atrás, cuando residían en un tranquilo campus de Nueva Inglaterra. El profesor André Harrow (o Sr. Horror: la pronunciación en inglés es casi idéntica) y su totémica mujer ejercen de maestros de ceremonias de tinte escabroso en las que participan sus discípulas. El horror existe y producirlo está al alcance de cualquiera. Las chicas viven su fascinación por la pareja docta como enamoramiento. Son manipuladas. «Somos bestias y ese es nuestro consuelo», repiten como lema. Las bestias no tienen moral, no sienten culpa. Obedecer a su principio es rescatar a los dioses antiguos —pasiones, obsesiones, apetitos— y no temerlos.   «No puedo vivir sin voso

Mo Yan: Cambios

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Mo Yan: Cambios . Seix Barral. Traducción de Anne-Hél è ne Suárez Girard. Siento los nombres chinos como un arrullo protector: breves, precisos, completos en su sabiduría transparente. Mo Yan significa «no hables» y, como escritor, hace honor a su seudónimo: sin malgastar palabras, cuenta lo que se propone contar. La lectura de Cambios —un título perfecto— se asemeja a rodar sobre patines por un país inmerso en abruptas transformaciones. El viento en el cabello, los brazos abiertos, la cara tiznada por el sol. Las paradas son cortas, refrescantes. La narración, envolvente como una brisa optimista. Así sabemos de un niño —como otro cualquiera— que vive la suerte de llegar «a un mundo más vasto» donde desarrollar sus talentos. Un niño que de adulto  — a diferencia de otros —  puede declarar: «No hay nada imposible». Impecablemente editado por Seix Barral y jugoso como un sorbo de licor caliente en la boca. Un canapé (¿un dim sum?) que da gusto pala

C. Roche: Zonas húmedas

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Charlotte Roche: Zonas húmedas . Anagrama. Traducción de Richard Gross. El librero me miró malicioso y dijo: « Yo tendría cuidado. Comienza hablando de almorranas. Dicen que es un tanto asqueroso ». Zonas húmedas  fue tildado de sucio, de obsceno, de pornográfico. En internet las reseñas escupieron adjetivos como  soez, vomitivo, repugnante, superficial, guarro, sin sentido, no apropiado para mentes sensibles . No comparto ninguno de estos calificativos. Vi otras cosas: una adolescente marcada por el divorcio de sus padres; una niña sola que se masturba bajo una cama de hospital.  La protagonista habla con naturalidad de todos los orificios humanos y describe sin tabúes sus experimentaciones íntimas. Y en esa verosimilitud —directa como el porno — reside su  erotismo. La novela no es única en su especie. Aunque nadie se alarma,  Diario de invierno  (Paul Auster, Anagrama) también es un inventario de lo que un cuerpo hace mientras vive.