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Mostrando entradas de 2019

E. Roca Barea: 6 relatos ejemplares 6

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Ópticas «Ninguno ve el mundo más allá de su propia ciénaga». No he leído, aunque me gustaría, Imperiofobia y leyenda negra , de María Elvira Roca Barea , la autora que hoy aquí nos trae, y que Siruela publicó en 2016. Tampoco Fracasología , el ensayo más reciente de esta misma autora, galardonado con el Premio Espasa 2019. Siento escasas simpatías hacia Lutero (a la biografía sobre Erasmo de Stefan Zweig les remito), y cualquiera que haya leído Historia y verdad de Adam Schaff sabe cuán difícil resulta integrar y examinar, con mínimo rigor, las distintas voces en torno a un asunto. Roca Barea, licenciada en Filologías Clásica e Hispánica y doctora en este campo por la Universidad de Málaga, ha destacado durante los últimos años como articulista, conferenciante e investigadora. Muchos ojos críticos se le han echado encima, cosa que ella seguramente presagiaba, pues toda nueva luz arrojada sobre tierra firme escuece. Polémicas aparte, y aunque inspirado

M. Desbordes: El vestido azul

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Romper lo roto Necesito librarme de la inquietud y congoja que me ha provocado la lectura de esta obra. Puede que incluso sea el motivo principal de esta reseña. Que no te dé la vida todo aquello que eres capaz de soportar . Que no se te acumulen las desgracias. Michèle Desbordes (1940-2006), escritora francesa poco traducida aún al castellano, da forma, a través de un exquisito yo abstracto, al más recóndito interior de Camille Claudel . Camille (1864-1943), «pequeña y menuda, con aquella belleza de la que todo el mundo hablaba» y Paul Claudel (1868-1955), aquel alma tan parecida a la suya y que tendrá una existencia tan diferente, fueron hermanos. Él sería el único familiar que la visitaría —cada vez más espaciadamente— en los sanatorios en los que fue encerrada de por vida (Cille-Évrard primero, luego Montdevergues). De todas las miserias posibles, Camille padeció una generosa porción. La compenetración que sentían Camille y Paul en la infancia —y que con

H. Peeters: Malva

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El limbo y el dolor «Yo soy aquello que nadie desea recordar y en ello reside precisamente la razón de mi existencia: recordarle a todo el mundo la posibilidad de que algo salga mal». Es la primera vez que reseño dos veces un mismo libro. Si lo hago es porque no estoy segura de este último dato. Autora y título coinciden; la lengua y la fecha de edición, no. Leí Malva en 2015, cuando se publicó en neerlandés , su lengua original, y esa lectura fue, ante todo, una inquietante experiencia lírica. Más allá de lo narrado —el abandono por parte de Neruda de su única y enferma hija—, aquello era una caída por rápidos incómodos de creatividad desbordante, puro hechizo lingüístico. El qué, el cómo y el cuándo en perfecta simbiosis. Un bofetón estético bien dado por la mano de una de las mejores poetas neerlandesas actuales, Hagar Peeters. (Informo del título de su último poemario: El escritor es una madre sola , 2019). Al abrir Malva en español no sabía, por tanto,

Andanzas: Gavia (S. Bellver)

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Mi viena fue siempre un bollo de pan «…para el nómada genuino, todo es hogar, todo es país y nada es patria». Octubre. Terminó ya el verano y en el próximo párrafo retrocederé a junio, su tierno principio. Fue un verano extraño y sin bolígrafo. Los dos con los que salí de viaje se gastaron al poco y no hubo forma de conseguir repuestos: me olvidaba de comprarlos, me negaban su préstamo… Tuve que habituarme precipitadamente al portaminas para tomar notas y preguntarme si un verano a lápiz llega a ser imborrable alguna vez. Volvamos por tanto al mes de junio, momento en que llegó a mis manos Gavia , primer poemario de Sergi Bellver. Es la tercera obra publicada por el autor después del volumen de cuentos Agua dura (2013) y de unas hermosísimas Variaciones sobre Budapest (2017). Semejante título — Gavia— pide quizá ser leído sobre el mar y no en el aire, como fue el caso. Austrian Airlines , vestida de rojo y de música de vals, me empuja a acomodarme junt

P. Cerda: Violeta y Nicanor

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Dos hermanos y un país de fondo Recibí esta novela (postal dedicada incluida) hace algo más de un año desde Berlín. Me la envió su autora, Patricia Cerda, chilena de nacimiento y residente en Alemania desde los doce años. Como el de tantos otros autores, su nombre era nuevo para mí. Confieso que empecé a leer con una desconfianza que aún no sé a ciencia cierta de dónde procedía. ¿Una seguridad excesiva en los breves correos que cruzamos? ¿Una personalidad calculadora? Elucubraciones sin mucho sentido. Al final de este texto encontrarán un intento de respuesta. Por aquellas fechas, además, me hallaba supervisando el trabajo de literatura de una alumna chilena para quien Nicanor Parra era lectura prescrita. Junto con el fallecimiento del poeta en enero de ese mismo año (hablamos de 2018), la llegada del libro me pareció una amable coincidencia. Quiero empezar por subrayar que las cuatrocientas cuarenta y ocho páginas de Violeta y Nicanor no parecen

V. León: Secreta luz

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Victoria León: Secreta luz . Fundación José Manuel Lara. IX Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado. ‘Rastro del fuego’, el primer poema, tiende la tierra sobre la que se construye Secreta luz , poemario que se eleva, hasta la última página, fiel a su incandescencia. Secreta luz y verso claro, hecho de piedras primeras. Del llanto y su principio: el umbral, la veladura, el camino recorrido en la penumbra. Dolores que vienen de una quiebra y de un renacimiento: la llama final que nos consume y nos traspasa en la noche. Pensamientos lúgubres y una conciencia donde la luz queda lejos, oculta como los cepos en la maleza, muerta en una bombilla rota: «No recuerdo el amor, ni cómo era sentirme protegida en unos brazos». El miedo es el cuerpo calloso de nuestra naturaleza y la identidad se tambalea en un continuo vaivén. Por eso hay que ser valiente para volcar este vertido poético. Para contemplar —y exponer a carne viva— «dudas y torpezas» en imágenes

Anónimo: Estado crítico

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El sonido de una voz oscura Escribí aquellos diarios en un estado febril, crítico como el ánimo que me acompañaba entonces, siempre al borde del llanto. Mi humor no era sombrío cada día, admitámoslo, solo cuando dejaba de ingerir las pastillas recomendadas por la doctora. La misma que me alentó a volcar mis sentimientos sobre papel para que yo, en pocos meses, tuviera cientos de folios volando por casa. No soy capaz de recordar qué llevó a la editorial a publicar esos textos. Vieron la luz de forma anónima —¡menos mal!— bajo el título de Estado crítico . Suena mondo y banal, estoy de acuerdo. En ese momento no se me ocurrió otro. Hace diez años de aquello y mi identidad sigue oculta bajo tierra, lo que me alegra sobremanera. No habría soportado exponerme a un público tan turbado como yo o al escrutinio de la crítica. La calidad literaria del trabajo era cero, inexistente, una mierda. Novecientas páginas para cebar —y atascar— una trituradora de papel. Siete ejempla

E. Portela: Formas de estar lejos

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Salto vital Llevo casi dos décadas lejos de mi país de origen, del que salí sin una sola meta clara y al que no hay día que parte de mí no desee regresar. Portela, de la mano de Alicia, nos lleva a los Estados Unidos de América, territorio donde la protagonista aterriza por vía universitaria y se construye un notable currículo académico. Desde el primer instante, sabemos de la quiebra: de la identidad, de la biografía, de una relación de pareja. Asistimos a un final ansiado y definitivo que, en medio de una claustrofobia creciente (las primeras páginas recuerdan a la Casa tomada de Cortázar), no llega de inmediato. Que ese final llegue es lo único importante. El modo en que lo hace, lo de menos. Dos puntos de unión y alejamiento, con sus tira y afloja, acompañan toda relación mixta: el individual y el cultural. A veces, adoptar cierta distancia respetuosa mantiene a salvo ese núcleo íntimo sin el que una relación real jamás existiría: el difícil y comp

M. Mujica Láinez: Sergio

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La belleza y algo más A pesar de tener Bomarzo conmigo desde niña (regalo de abuelo paterno), no había leído al argentino Mujica Láinez —alias «Manucho»— hasta llegar a este muchacho hipnótico, Sergio . La novela fue escrita entre 1975 y 1976, coincidiendo con los primeros meses de la dictadura argentina, presente ya en las últimas páginas del libro. Sergio , como el Tadzio de Mann, porta una belleza subyugante y fuera de lo común ante la que se perece sin remedio. El autor nos advierte así: «Su hermosura era muy notable, téngalo en cuenta el lector, porque de no ser así, buena parte de lo que se referirá en esta crónica resultará incomprensible». Sergio Londres, catamarqueño de origen humilde, vive con su tía y sus primos en el hotel New England, lugar de veraneo donde abundan las murmuraciones, las ansias de distinción y los residentes excéntricos. La tía trabaja allí de cocinera pero es Sergio el que marca el comienzo de la historia: «He aquí el punto de par