Trapos sucios
«Mi padre es mi madre y mi madre es mi padre». Se lo decía a otras niñas sin entender mucho de géneros y roles. Decía lo que sentía: era mi verdad. Qué modelo de madre pudo tener mi padre, que perdió a la suya a los once años, no lo sé. De niña recibí de él su cariño y un mar de emociones que arropé durante bastante tiempo con el nombre de ternura. A cambio yo le brindaba mi amor incondicional. Que mi padre muriera era el más terrible de los pensamientos, mucho peor que el de mi propia muerte. Supongo que esta relación paternofilial condicionó de por vida mi trato con los hombres: siempre he tenido buenos amigos, amigos verdaderos varones. Sin esa huella masculina, mi biografía sin duda sería otra. Mi madre. Universitaria, formada, mi madre representaba la frivolidad, la hipocresía y la despiadada razón. También la crueldad, el narcisismo y el maltrato. Simpatía y generosidad impostadas fuera de casa, manipulaciones y abusos de todo tipo en el interior de ella. Un ser frustrad...