H. Melville: Moby Dick
Herman Melville: Moby Dick.
Penguin Clásicos. Traducción de Enrique
Pezzoni. Introducción de Andrew Delbanco.
«Y en ese inefable esperma lavé mis manos y
mi corazón».
Lo protegí a muerte en las tempestades. Las
páginas se iban volviendo húmedas, el lápiz apenas dejaba marcas, temí perderlo
en muchos barcos. Pero Moby Dick sobrevivía
día a día, como infectado por el tesón y la furia del capitán Ahab.
Cómo
hablar de una obra de la que no se debe hablar. «Moby Dick es un libro letal, hostil a toda convención, del que jamás
debería hacerse un retrato». De acuerdo. Y sin embargo, Moby Dick es un clásico que llevamos más de siglo y medio interpretando.
«Agua
y meditación siempre han estado unidas», afirma Melville/Ismael. El cachalote
blanco, el Pequod y la inmensidad del
mar. El pez volador y el pez amarrado. Lo justo y lo injusto, nuestros horrores
y glorias, el miedo, el valor, la locura.
Viajar cansa, desear cansa, vivir cansa, y poco
puede hacerse por remediarlo, salvo dejarse arrastrar por el instinto de
supervivencia, que encuentra energía bajo las piedras (o sobre los tablones del
mar).
Ellas son inofensivas (las yubartas). Mientras
las observaba, me invadió un pensamiento: de este mundo hay que irse. Frente a
hospitales y entubaciones, allí están ellas, allí está el agua. Hay formas
bellas de morir.
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