Cristina Peri Rossi: «No hay mejor marido que una mujer»
Entrevisté a Cristina Peri Rossi el pasado febrero en
Barcelona. Con su último libro de relatos como música de fondo (Los amores equivocados, Menoscuarto), hablamos sobre el amor y el deseo. Este es el resultado.
Cristina Peri Rossi: «El amor es una quemadura». «No hay mejor marido que una mujer».
«Nada sabemos de los seres que amamos, salvo
la necesidad de su presencia».
(La nave de los locos, 1984)
(La nave de los locos, 1984)
Barcelona, final del invierno, casa
de la autora. Entro con patas de mosquito (y la sangre llena de sangre). Sé que
estoy ante una escritora inmensa. Me reciben la naturalidad, la generosidad, el
saber y el genio innato. Cuenta su amiga Lil que en el pasado Cristina utilizaba
tres máquinas de escribir a la vez: en una escribía poesía, en otra novela, en
otra cuentos, tal vez ensayos. Nació en Montevideo en 1942 y se exilió en 1972,
sabiéndose objetivo marcado por la dictadura uruguaya. Su obra es
inconmensurable y difícil de catalogar: el lirismo más profundo convive con lo irreverente,
el humor con la melancolía, la ironía con lo grotesco, lo erótico con lo
metafísico… Varias decenas de títulos, muchos de ellos sublimes, en los que
prevalecen la experimentación y la demolición de líneas divisorias.
En el último año ha publicado el
ensayo Julio Cortázar y Cris, el
poemario La noche y su artificio (ambos
en Cálamo) y la colección de relatos Los
amores equivocados (Menoscuarto). En breve saldrá su próximo libro de
poesía, Las replicantes; en otoño,
una novela corta. Las obras de Peri Rossi llevan a amar — aunque sea adúltera o
no convenidamente, aunque no se sepa qué—. A amar por un rato. Una serie de
citas extraídas de Los amores equivocados
sumadas a algunas preguntas sirven de excusa para hablar del amor, ese polisémico
término. Aun sabiendo que parcelar la realidad —separar lo que en la vida va
junto— suponga falsearla.
PARTE 1: Las preguntas.
¿Son predecibles tus fuentes de inspiración literaria?
No soy consciente de ellas. Y
tampoco tengo muchas ganas de que sean conscientes. Cuando empiezo a escribir
un libro, no sé qué va a ser todavía ese libro. Sé que en ese momento ese tema me
ha interesado y es el momento en el que tengo ganas de escribir. Yo no me
siento especialmente vinculada a ningún escritor. Incluso con los escritores
que más me gustan no tengo siempre un vínculo literario estrecho. Pero en todo
caso, no creo que sea fácil decir que tengo influencia de tal o de cual. Y en concreto
en Los amores equivocados tampoco.
¿Qué bondades tiene para ti la vida?
Eso hay que preguntárselo a cada persona.
Porque si yo hubiera nacido mujer en la Edad Media, y hubiera sido de clase no
pudiente, habría tenido una vida tremendamente desgraciada. Si hubiera nacido
en el siglo XIX, posiblemente hubiera sido histérica. En el XX, tuve la suerte
de nacer en Uruguay en vez de ser judía en Alemania o en Austria. Entonces… A
mí lo que me interesa de la vida es casi todo. Soy muy curiosa. Y aunque el
saber con sangre entra y casi todo saber encierra un dolor, por ahora me
sostiene la curiosidad. Es lo que hace que todavía tenga ganas de vivir. Porque
hay cosas que no sabemos. Y todas las cosas que no sabemos, a mí me estimulan.
¿Tienes algún convencimiento profundo?
De que el deseo es lo que nos mantiene vivos.
Y no estoy hablando del deseo erótico solamente: estoy hablando del deseo como
actitud ante la vida. El poder ilusionarse, el tener proyectos, el tener
curiosidad. Todo lo demás me parece relativo. Y además, sabemos muy poco. Pero
a mí me puede entusiasmar estar estudiando —como estoy estudiando— el comportamiento
de los bonobos, y mañana, de pronto, me entusiasma otra cosa de la ciencia, o
me entusiasmo con jugar al Candy Crush. Hace muchísimos años, la revista que
publicaba Libération (el órgano de la
prensa francesa de izquierdas), eligió a los que consideraba los cien mejores
escritores del mundo y les hizo la misma pregunta: ¿Por qué escribe usted? Y yo dije por deseo. Lo que me mantiene es
el deseo. No necesariamente el deseo sexual, sino el deseo vinculado al
conocimiento.
La ironía para retratar lo terrible aparece con frecuencia en tu
escritura. ¿Es el amor uno de esos “asuntos terribles”?
Puede ser. Yo siento que estoy casi
siempre en la órbita del romanticismo: lo sublime y lo grotesco. La ironía es
un recurso para que lo terrible no te desborde, para que no te haga perder el
sentido de la realidad. Es decir, el mundo es terrible y es maravilloso a la
vez, y no creo que haya ninguna vida solamente terrible ni solamente
maravillosa. Cuando yo me acerco a ciertos temas muy dolorosos, puedo ser
lírica (y expresar la emoción: una emoción que es dolorosa), o puedo ser
distanciadora, para poder mirarlo desde afuera. La ironía siempre sirve para
crear un poco de distancia. Pero es una ironía llena de ternura, porque estamos
todos en la nave de los locos, estamos todos en el mismo barco, y el destino de
ese barco no sabemos cuál es. La cita que abre mi novela La nave de los locos es una cita de Pessoa maravillosa: «La vida es
un viaje experimental hecho de manera involuntaria». Ahí está toda la filosofía
para mí.
¿Qué da más, el amor o el desamor?
Ambos son muy intensos. Cuando yo escribí El amor es una droga dura, los científicos decían que el primer
periodo del amor (lo que se llama el enamoramiento, la pasión) solamente se
podía aguantar tres años. Ahora ya lo bajaron a dos. Supongo que es porque,
como vivimos en este proceso de aceleración del capitalismo tardío, la pasión resulta
improductiva, no produce más que dolor o placer, y eso no se puede
contabilizar, no aparece en el “debe y haber”. El capitalismo no favorece el
amor. La pasión es algo para clases pudientes: necesita tiempo, necesita
entrega y olvidarte de todo lo demás. Uno no tiene tres pasiones en la vida. La
pasión es excluyente. Yo creo que el capitalismo prefiere que la gente se
apasione por un partido de fútbol, porque dura cuarenta y cinco minutos un
tiempo, cuarenta y cinco otro, después se pelean un poco en la calle y ya está.
Pero la pasión amorosa es muy absorbente. No produce. Y si no produce, no la
podemos apoyar.
¿Recuerdas tu primer amor?
Sí. Mi madre. Creo que fue mi madre.
¿Cómo se sobrevive sin amor?
Ahí uno está muerto. Es decir, hay muertos en
vida. Los consultorios de los psicoanalistas están llenos de clientes (yo no
digo pacientes) víctimas del amor… y de víctimas de la falta de amor: que
quisieran amar alguna vez, que les gustaría probar cómo es pero que nunca han
sentido una cosa así. No se puede decir que sea un acto voluntario. El amor es
una quemadura, el amor arde, es ardor. Y bueno, hay gente que después te dice:
es que no podés eliminar el sufrimiento de la pasión —justamente pasión viene
de padecer, se llama pasión al viacrucis de Jesús—. Amar es un padecimiento,
pero glorioso padecimiento, nos hace sentir más vivos. Después, claro, hay que
descansar... Hay cosas características de la pasión, como la intensidad de todo
lo sensorial. No es lo mismo escuchar sola Je
suis malade cantado por Lara Fabian, que escucharlo al lado de la persona
que te gusta. A mí lo que me fascina de la pasión es que vulnera todo, traspasa
todo, es un intensificador, es una droga, en realidad. Si la gente se droga con
tonterías es porque no son capaces de tener las drogas interiores. Ahora,
también es verdad que una pasión a dos, una pasión compartida, es de una extraordinaria
violencia interior. No física, pero digo violencia porque no deja espacio para
otras cosas, a veces.
¿Se suple la falta de amor con mucho amor a uno mismo?
Es al revés. Esto que suelen
recomendar los conductistas, que hay amarse primero a uno para luego amar a los
otros, eso es mentira. El que se ama mucho a sí mismo no tiene espacio para el
otro. El amor al otro puede ser más fuerte que el amor a uno mismo. La prueba
es el sufrimiento, que seas capaz de sufrir. Porque el objetivo del amor, de la
pasión, no es la felicidad permanente: habrá momentos de éxtasis y momentos de
expiación. Pero el narciso se ahoga. Porque hay que hacer siempre una
precisión: el narciso está enamorado de su imagen, no de sí mismo. Las personas
narcisas están enamoradas de la imagen que proyectan hacia los demás, no de su
yo. Toda esa gente que se ama tanto a sí misma termina por no tener espacio
para los otros. Por algo el cristianismo dice que ames al prójimo tanto como a
ti mismo. Mirá si te amarás a ti mismo que la prueba de amor es que ames al
prójimo tanto como te amas tú. Si en el siglo XIX la enfermedad social era la
histeria, por la represión sexual, y en el XX la neurosis por las guerras, yo
creo que el XXI ha empezado como el siglo del narcisismo. La gente prefiere
estar en su casa —con un robot, o con juegos (y yo soy muy amante de los juegos
mecánicos)— al riesgo. El amor siempre es un riesgo. Porque estás descubriendo
tu fragilidad. Es lo que decía William Blake: ¿Cómo voy a ser amigo de la mujer
a la que amo si una mirada suya me conduce al paraíso, pero si me falta estoy
en el infierno? El amor nos descubre nuestra fragilidad, y hay que ser muy
valiente para ser vulnerable. Pero el aburrimiento —la falta de amor— es feroz.
¿Amar se puede, se quiere o sucede?
Yo creo que no es voluntario. Lo que puede
ser voluntario es dejar de amar, cuando por ejemplo consideras que te está
haciendo un daño insoportable. Pero amar no es hacer el amor, es una
construcción en el tiempo. Exige una capacidad de renuncia, de renuncia a los
placeres solitarios: hay que hacer concesiones, hay que negociar, hay que estar
dispuesto a amar hasta lo que no te gusta, a aceptarlo, por lo menos. Yo creo
que amar es sobre todo salirse de la frontera del yo. Es decir, es desear la
fusión con el otro, sin tener miedo a perder —nadie va a perder— la
individualidad. No se pierde por amar nuestra famosa identidad. Eso no es
posible. El momento de fusión en que parece que uno y otro son uno solo, un
solo cuerpo, una sola manera de sentir, es algo que la eternidad nos está regalando.
El amor es una experiencia que no se puede conseguir de ninguna otra manera. Y no
hay problema, se vuelve de eso, desgraciadamente se vuelve. Hay mucha gente (yo
lo he leído, lo he vivido) que tiene miedo de esa fusión, que piensa que va a
perder su identidad, su sacrosanta identidad, lo que llamaba Freud el narcisismo de las pequeñas diferencias.
Hay gente que le tiene miedo a la fusión del amor porque piensa que no van a
volver a ser ellos. Cuando se vuelve siempre. ¡Desgraciadamente! Y estamos las
que —estando tan hartas de nosotras mismas, de nuestro yo siempre encarcelado,
siempre encerrado, siempre yo, yo— deseamos esa fusión para convertirnos un
rato en otra cosa. Pero es una experiencia que exige valor, no tener ese
fantasma de no volver.
¿Es posible el amor desde la desigualdad?
El amor parte de la fantasía de
la semejanza o de la seducción de la diferencia. Yo creo que son las dos
posibilidades que hay. Uno disfruta y goza porque comparte o tiene la ilusión de
estar compartiendo o sintiendo lo mismo, o lo más parecido posible. Qué
maravilloso ese momento, no sentirse solo, no estar solo sintiendo algo, y
poder decir esta persona que está conmigo está sintiendo parecido, es decir,
romper la soledad. Es una experiencia que a mí me parece maravillosa. Pero la
diferencia también puede atraer justamente por curiosidad, por afán de
conocimiento. Parecería que, en ese sentido, la heterosexualidad asegura una
cierta diferencia casi irreconciliable: cuerpos diferentes no pueden sentir lo
mismo.
¿Tiene algún sentido hablar del amor?
El amor hay que sentirlo. Es una cosa, por
otra parte, muy reciente en la historia de la humanidad. El amor lo inventaron
los trovadores. Y Dante.
¿No fue una crueldad, la invención del amor?
No, no lo fue. En primer lugar, fue
civilizador, porque cuando aparece el amor, el amor de los trovadores, el señor
lo único que quería era guerrear. Comía con los dedos, mataba jabalíes, y le
ponía un cinturón de castidad a la mujer para que no follara con otro mientras
él iba a guerrear, y se llevaba la llave. Cuando aparecen los trovadores y
aparecen las cortes de amor (las cortes de amor fueron una maravilla inventada
por las mujeres; los grandes movimientos civilizadores en la historia de la
humanidad han sido protagonizados por mujeres, por grupos de mujeres), estas
mujeres de la nobleza, totalmente hartas de sus brutos, empiezan a apoyar a los
trovadores. El trovador elegía a una dama, que era su amada para siempre, pero
la condición era no acostarse. A veces, ella le entregaba un pañuelo, una
prenda íntima, y él, cuando tenía que ir a batallar, batallaba por ella. Pero
ellas establecen unas normas, unas normas para el buen amor, y cuando un
caballero dejaba de cumplir esas normas, hacían cortes de amor. Las cortes de
amor eran como tribunales —de mujeres— que juzgaban al hombre (el trovador o el
caballero) que había contravenido esa norma. Por ejemplo, la contravención
podía ser que, en una batalla, el caballero no llevara la liga o el pañuelo que
ella le hubiera dado, o que hubiera osado besar a otra. La condición era no
llegar al coito, porque si no, venía el bruto y los mataba. Pero fueron
tremendamente civilizadoras. Ellas pusieron la música, escribieron poemas (la
mayoría de los poemas de trovadores eran escritos por las mujeres), traen la
seda de Oriente, les enseñan a los brutos de los maridos a escribir, a comer
con cubiertos. Fue un movimiento tremendamente civilizador. Imagínate, poder
juzgar a alguien porque cometió una falta de amor. Precioso. Las normas yo
antes me las sabía de memoria. La primera decía «Todo caballero debe palidecer
ante la presencia de su amada». Bonito. Precioso.
¿Y dónde está documentado todo eso, de dónde viene?
De las cortes de amor. Yo tengo
un libro francés traducido por mí hace muchos años, Leonor de Aquitania. Fue
una de las mujeres más importantes de la historia de la humanidad. Uno de sus
hijos era gay, Ricardo, lo capturaron los turcos. Cuando lo capturaron los
turcos y pidieron un rescate, ella se montó a caballo y se fue a Turquía a por
él. Pagó el rescate y volvió con él a Francia. Ricardo ya tenía treinta y pico
de años. Leonor de Aquitania fue una de las creadoras de las cortes de amor. Tocaban
instrumentos musicales, componían. Fue una época maravillosa. Es la única época
bonita de la Edad Media. Sé que cuando traduje el libro leí un juicio de amor.
Eso está documentado todo. Ahora, no llegaban al coito nunca. Era un amor ideal.
Por eso que se considera un invento literario, el amor.
PARTE 2: Citas extraídas de Los amores equivocados (Menoscuarto, 2015).
«Vacío, ¿comprende? Es peor que el dolor».
Claro. El dolor tiene
intensidad. Y además, las neuronas del placer y las neuronas del dolor son
concomitantes, están unas al lado de las otras. Yo preferí toda la vida el
dolor frente al aburrimiento o al vacío. El dolor te hace sentir vivo. Solo los
que están vivos pueden sentir dolor. Los muertos ya no sienten dolor. Me parece
que no tenemos por qué huir tanto del dolor. El dolor es una experiencia, una
experiencia totalizadora. Se te muere tu madre y te duele el estómago, te pisa
un auto y de noche no puedes dormir… Yo, desde la última separación, no he podido
volver a escuchar música. Si me pongo a escuchar música, evoco, sufro como una
descosida. Tendré que esperar.
«¿Cuándo el amor no era un asunto solitario?».
Si los protagonistas de ese
relato escribieran juntos su historia de amor, podría dejar de ser solitario. Pero
sería una historia mentirosa. Solamente quizás en el momento de éxtasis sexual puedes
pensar que estás sintiendo lo mismo —¡Pero valga la pena la fantasía!: tampoco
hay que pretender vivir solo en la realidad. Las fantasías son muy hermosas—.
El amor es siempre solitario porque lo que busca es la compenetración con el
otro, que es casi imposible.
«Cada cual es la medida de su dolor».
Eso es cierto. Por ejemplo, en los estudios
que se hacen sobre el dolor físico, en la guerra, la misma lesión (suponte: un
balazo en la clavícula) en cuerpos diferentes produce dolores diferentes. Pero
además hay un elemento cultural. En la Segunda Guerra Mundial, un médico muy
interesado por este tema observaba que los italianos se quejaban muchísimo más
que los ingleses. ¿Por qué? Porque también cómo demostrás el dolor es una
cuestión cultural. Yo tengo una amiga alemana que se ha venido a vivir a España
porque dice no aguantar más la contención alemana. Claro, un italiano no se
contiene. Ese médico que hizo esas observaciones en la guerra decía: seguramente
los italianos se quejan más por la relación con la madre, porque son muy
madreros, y los ingleses no. Pero yo creo que el dolor es individual, no solo
cultural.
«La inteligencia sensual era un arte, algo tan sagrado como la música
de Schubert o los naufragios de Turner».
La inteligencia, lo que en la Edad Media de los
trovadores, en la escuela del Dolce stil
novo de Dante se llamaba “el intelecto de amor”, la inteligencia del amor.
Lo que pasa es que eso después se perdió. Y ahora yo diría que es muy difícil,
porque generalmente el amor obnubila. No sé si el amor es una buena manera de
conocer a alguien. Creo que no, porque cuando te enamorás de alguien proyectás
un ideal, una imagen que tú tenés. Es decir, el otro es como un maniquí al que
tú vestís o desvestís… Y no estoy hablando de sublimación. Porque uno de los
errores es creer que la idealización es solamente ver las virtudes. De pronto también
le ves unos defectos horribles que no tiene. Es decir: idealizar, lo que quiere
decir, es que predomina la imagen que tú te hacés del otro sobre la realidad.
Pero para lo bueno y para lo malo. Si la persona es celosa, por ejemplo, puede
perfectamente imaginarse que el otro le está engañando cuando no le está
engañando. Es una idealización también. Pero yo no sé si el amor es un buen
instrumento para conocer. No estoy segura, porque existe toda esa etapa de
proyección de lo que uno lleva dentro. Yo hay días que me despierto con ganas
de decirle “amor mío, te amo” a alguien, y no sé quién es. ¿A quién se lo digo?
¡Y yo qué sé! Mi próximo libro, que ya está en la editorial, se llama Las replicantes, y hay un poema, que se
llama ‘Las replicantes’, que empieza algo así como “me gustaría saber a quién
le digo te amo cuando te digo que te amo”. Porque yo muchas veces que he dicho
“te amo” tengo la sospecha de que no se lo estoy diciendo en realidad a esa
persona, y me pregunto a quién se lo estoy diciendo. Y finalmente, claro, digo
ah, me hace recordar a tal. Pero esa me hace recordar a otra, esa a otra, y a
otra. Es una cadena de replicantes. Tú no sabés cuál fue la primera vez, ni
siquiera si existió una primera vez, ni siquiera si son las mismas. Y a lo mejor
la primera fue la madre.
Pero se identifica esa constante, el deseo de decir “te amo”.
Claro, porque ahí lo que importan
son los perfiles psicológicos de la seducción. El deseo, por ejemplo, no sabés
de qué es. Es deseo del otro, pero ¿de qué del otro? ¿De todo del otro? ¿De lo
que tú pensás que es el otro, de lo que tú has deseado toda la vida? Por otra
parte, tienes que dejarle espacio al deseo del otro también, que a su vez tiene
todas sus proyecciones. Es realmente un deseo de fantasmas, en el que nunca
sabrás si el momento para ti de mayor éxtasis ha sido el momento de mayor
éxtasis para la otra persona. Ni siquiera sabés si el momento en que tú has
gozado más es el que ha gozado el otro. Tolstoi, que era un déspota, le exigía
a su mujer (tuvieron trece o catorce hijos juntos) que llevaran un diario cada
uno, y cada día se lo leían a la noche, sobre la relación, sobre su vida. Y lo
hicieron. Pero muchos años después se descubrió que en realidad Tolstoi
escribía un diario para ella —porque sabía que lo iban a leer esa noche— y escribía
un segundo, que era el que ella iba a encontrar —porque sospechaba que ella iba
a desconfiar del primero, y que iba a buscar otro—. Pero en realidad había un
tercero que era el verdadero.
[Risas].
Qué lío.
Claro. El hombre primitivo era
más espontáneo en estas cosas, cuando amaba u odiaba a otros los quería incorporar:
al enemigo porque querés incorporar su valor, sus virtudes, y al que amás
porque lo querés tener contigo. Por eso la canción más famosa en los clubs de gais
y lesbianas era Devórame otra vez. Y
Homero, cuando presenta a dos héroes, dice «Te comeré el hígado». Hay un deseo
de poseer al otro. En primer lugar, para que no incordie más, para que no demuestre
todo el tiempo que es otro. Y en segundo lugar, porque hay un deseo de unidad,
de fusión, muy importante, que creo que es lo único que explica la maternidad.
¿El deseo de ser madre sería el deseo de fusión y posesión llevado a
la práctica?
Claro,
llevado a la práctica. Porque si lo pensás, ¿cuánto amor tiene que haber en
alguien que está dispuesto a sufrir nueve meses (vómitos, mareos, peso en los
riñones…)? Tiene que tener una fantasía de fusión. Que tiene otra lectura
posible: como el amor fracasa siempre, vos decís: por fin voy a tener algo mío.
Tú no explicarías la maternidad por el instinto reproductor.
Creo que el instinto tiene una
parte importante, pero en eso soy muy freudiana. Creo que, cuando la mujer
comprende el fracaso del deseo, se compensa con tener un hijo. Es verdad que ese
hijo es lo único que ha podido incorporar. El pene entra y se va. Un hijo lo
tiene dentro de verdad. Ahora, qué es lo que lleva a una mujer a desear tener
algo adentro y guardarlo, te prometo que no lo sé. Porque el hombre no desea
tener adentro algo de verdad. La mujer sí, desea tener algo, y yo creo que casi
la compensa del fracaso (no absoluto) del deseo, de la relación, eso que le han
dicho que es imposible. La relación sexual es imposible. Hay una relación, pero
muy solitaria. En último término, posiblemente la masturbación es más estar con
uno mismo —pero de verdad— que estar con el otro. Porque el otro, ¿está? ¿Estás
con el otro? Nadie es capaz de decir de verdad cuando está haciendo el amor lo
que le pasa por la cabeza al otro. Ni uno lo quiere saber, tampoco. No lo
queremos saber. Porque además nos va a mentir.
«Ella ya se estaba enamorando. ¿De qué? Del cuerpo. De qué otra cosa
se podía enamorar».
Es muy curioso esto porque yo siempre he creído que la gente se
enamoraba del cuerpo, no de otra cosa, porque para otra cosa tenés amistades. Si
yo me llevo muy bien con alguien, si me gusta mucho, físicamente puede ser que
tenga una historia. Pero yo no me acuesto con mis amigas. ¿Qué es lo que tiene
de específico el amor? Lo que tiene de específico es la relación sexual. Lo
demás lo podemos compartir con mucha gente. Incluso las cosas más refinadas: escuchar
un lied, o ver un cuadro, lo puedes
hacer con otra persona. Lo que tiene de específico el amor es el deseo. Una vez,
alguien me dijo: “¿Tú de qué te enamoras?”. Yo, del cuerpo, de qué me voy a
enamorar. “¿Cómo quieres que te vaya bien en la vida, entonces?”. ¿Y de qué se
enamoran los otros? “Mujer, no del cuerpo. De la persona”. Digo: la persona
tiene un cuerpo. Sin cuerpo no hay persona. Claro, después pensé: ella es heterosexual.
Seguramente, cuando está con un hombre a lo mejor piensa “es el papá de mis
hijos”, o “a lo mejor puede ser el papá de mis hijos”. Y entonces se puede
enamorar de otras cosas.
Es la última. «Las mujeres suelen ser excelentes maridos».
Ah, sí, son maravillosas. No hay
mejor marido que una mujer. Porque comprende a la otra mujer. Por ejemplo, ¿qué
hace la mayoría de los hombres cuando la mujer menstrúa y dejó, sin querer, la
braga por ahí? Agarra y dice: “Qué es esto”. Le es ajeno. Si la mujer se queja,
o tienen una discusión ese día, le dice “¿Ya estás con la regla?”. En todo
momento está marcando que para él la cercanía es los diez minutos que hacen el
amor y se acabó. En cambio una mujer entiende perfectamente las necesidades de
otra mujer. Si le duele el vientre porque está con la regla, le pone la mano
encima, le trae un analgésico, le trae la bolsa de agua caliente. Hay una
intimidad en una relación de mujeres (o de hombres) que la da el hecho de que
comparten fisiología. Saben lo que necesita una mujer porque ellas también son
mujeres. No tengo que estar negociando las diferencias, se comparte muchísimo
más. Esto de estar todo el día negociando, explicando, dando respuestas a cosas…
Yo me acuerdo que estaba en un bar famoso de aquí de Barcelona, y había un
chico gay con una mujer con una niña. Y ella le estaba explicando a él: “Sí, yo
me separé hace tiempo, pero ahora estoy feliz, y estoy con una mujer: me va a
buscar al trabajo, me lleva en moto a todos lados, me hace la compra, cuida a
la nena, trabaja, me llama, me manda regalos, me manda rosas… Yo nunca me sentí
tratada así por un hombre”. Entonces, yo creo que los maridos que buscan las
mujeres (la mujer heterosexual que busca un marido ejemplar) es una mujer. El
marido ejemplar es una mujer. Que es un tipo de marido que a lo mejor ya no
existe, que es un modelo atrasado, pero es muy complaciente. Una relación entre
mujeres suele ser muy complaciente porque saben lo que más o menos necesitan.
No siempre lo que desean, pero sí lo que por lo menos necesitan. Que es ternura.
Los hombres con la ternura tienen mucho problema. A mí me parece que, por más
componentes pasionales que haya en una relación entre mujeres, siempre hay un
elemento de ternura, de empatía, de entenderse muy fácilmente, ser cómplices. Y
eso es más difícil de conquistar en una relación con alguien que tiene el
cuerpo diferente, que se afeita, por ejemplo. Tú menstruas y él se afeita. Pero
quienes son muy celosos de su yo —y no quieren nunca borrar esos límites— prefieren
las relaciones diferentes, se sienten muy protegidos por la diferencia. Y yo
eso también lo entiendo.
Otorga identidad.
Clarísimamente. Yo tengo algunas amigas que han pedido a veces a sus
maridos que se vistan de mujer para carnaval. Si el tipo es muy seguro de sí
mismo, lo hace. Entre dos mujeres es muy normal que las dos se disfracen para
carnaval sin tener que forzar una identidad. Sin embargo, al hombre le da un
poco de miedo esa confusión que puede haber en ciertos momentos entre un cuerpo
y otro. Sobre todo entre un imaginario y otro. Eso siempre lo considera un poco
homosexual, el hombre. Y la mujer no. La mujer lo está deseando. Generalmente
lo está deseando.
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