J. Egan: Ciudad Esmeralda


Jennifer Egan: Ciudad Esmeralda.
Minúscula. Traducción de Carles Andreu.

Atrapar es un verbo antiliteratura: cuando un libro resta libertad —defínala cada cual— no es una buena obra. Y sin embargo, de algunas obras se prefiere no salir. Es el caso de Ciudad Esmeralda, de la norteamericana Jennifer Egan, once relatos construidos con el capital y las aristas de la vida de hoy, parca en dioses y certezas.

El desapego, la soledad, el paso del tiempo, la vaguedad volátil del deseo son parte del adobe de esta urbe que cambia de piel como cambia de nombre. Cada pieza de la existencia —no importa que sea el amor, la identidad, la suerte o el dinero— pende de un hilo bajo el que aguarda la esperanza de lo efímero, de un presente que podamos recordar, de vínculos que ahuyenten el vacío.

Egan es una astuta narradora y, sus diálogos, oro puro. Parejas, padres, hijos, amigos, colegas, perfectos desconocidos… Si algo caracteriza a sus personajes, es la complejidad de sus relaciones y su capacidad para encarar el cambio. Hay pedazos de nosotros en cada uno de ellos.

Poder elegir nos alienta y nos cuestiona. ¿Quiénes somos? ¿Podríamos ser cualquiera? Andamos desorientados. Lo peor: una vida en la que no pase nada; una vida sin afectos.

«Se ha ido para siempre. Pero querría que fuéramos felices».

Aquí sigo. Mirando el verde. Hipnotizada.

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