Patria: NOTAS CRUDAS
Tusquets Editores.
En el punto de mira
la sospecha
de la no pertenencia
y su impúdica
inmoral
liberación.
No sé bien cómo empezar estos comentarios. Terminé
la novela hace un par de semanas y la emoción me pudo en varios momentos. No he
querido, sin embargo, escribir desde el dolor, la pena, el enfado, la
perplejidad o la rabia. Decidí reposar lo leído y zambullirme en otras obras. Me
gustaría lograr un tono neutro, telegráfico casi, desprovisto en todo caso de afección
y sentimentalismo. Por ello estas ‘Notas crudas’; no se me ocurre otro
encabezamiento. Seguiré el orden en el que fueron tomadas en los márgenes del
libro, agregando los pensamientos generados que sea capaz de recordar. Escribo para
aquilatar la memoria, pero sobre todo para vencer miedos. Cada palabra que
escribo supera un temor.
·
Mi biografía está marcada por dos
latitudes, dos horizontes, y por dos versiones de la misma lengua. En ambos
parajes: seres humanos, con sus virtudes y defectos.
·
Me gusta cómo practica Bittori su
«ateísmo silencioso» sentándose en la iglesia. Yo también suelo hacerlo. Se
observan cosas extrañas en las iglesias.
·
Mi abuela también me llevaba de
niña a la iglesia de los capuchinos, camino de la estación, a las afueras de su
pueblo. En aquella estación mi abuelo había sido ferroviario. En la iglesia saludábamos
al padre Benjamín, a quien la familia debía algún favor. Mi abuela vivía en un
pueblo del valle de la Burunda. Un pueblo envenenado, como tantos otros pueblos.
·
Dice Bittori a su marido muerto: «Ya
no soy como cuando vivías. Me he vuelto mala. Bueno, mala no. Fría, distante.
Si resucitas, no me reconoces». La crueldad y la violencia provocan todo tipo
de amputaciones y una es esta: una nueva piel que raspa las propias manos,
cuya existencia no se puede negar.
·
Lo que yo entendía por liberación en ese lugar es el antónimo
de lo que los libertadores pretenden:
un lugar libre de nacionalismos y, sobre todo, de comecocos y lavacerebros.
·
Mi abuelo tenía una cabaña en una
huerta, como Joxian. La llamábamos “la chabola”. Me ha gustado recordar esa
palabra. Me ha traído muchas horas de juego, con azadas, cuchillos y utilería
labradora varia, a la memoria.
·
«...le parecía que, más que enterrar
al Txato, lo estaban escondiendo». Los seres humanos tenemos finas antenas para
captar el desprecio. No es difícil hacer que el otro se avergüence y arrepienta…
incluso de estar muerto.
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Hombres que fuman, beben y juegan
a las cartas. Hombres de olor rancio, portadores de boina y barriga.
·
Bittori comprende que Miren, como
madre, se fanatice por su hijo.
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«Te prohíbo que seas injusto». Qué
grande esta frase. Derrota lo conocido por todos —que la vida no es justa— y le
da la vuelta: ahí queda lo que cada cual puede hacer según su conciencia. «Sé
justo, sé honrado, sé íntegro pase lo que pase, digan lo que digan». Nadie
puede lograrlo a cada instante, qué sería entonces de nuestra imperfección
humana. Por eso me gusta que Xabier se llame a sí mismo «gilipollas» mientras
vacía su botella de coñac.
·
Xabier, Gorka y Arantxa son los
personajes con los que más he conectado. En Arantxa y Gorka hay pensamiento
razonado, miran a su alrededor, extraen conclusiones y actúan en consecuencia.
No así Nerea, que pasa de abertzale a
rechazada sin reflexión de por medio.
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Gorka y sus lecturas. Conmovedor
con su Dostoievski. O cuando dice: «A mí, de esta sumisión, sólo me sacarán un
cambio de aires y estudiar».
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Qué brutal contraste entre la compasión
y la racionalidad de unos y la crueldad fanática de otros.
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La paz, el perdón (sin que los
asesinos pidan disculpas ni muestren arrepentimiento), el fin del conflicto. Tergiversación
cobarde e interesada. El abandono de las armas (que ETA ni siquiera ha
entregado) solo significa que, entre todos los golpes que continúan sonando, no
estará el de los disparos.
·
Porque todo lo demás sigue
intacto. ¿Indicios de cambio? ¿Qué ha cambiado? Miremos lo acontecido en
Alsasua hace escasas semanas. Insultan, ridiculizan, censuran, acosan, agreden.
Paz desde el odio. Mientras ser radical sea la norma, nada cambiará. Mientras
continúe la manipulación infantil, el odio seguirá vivo y multiplicándose.
·
La infancia. Empecemos por la
infancia, esa carne dúctil que hacemos fácilmente nuestra. Bailemos todos el
mismo baile, cantemos los mismos himnos, con la misma letra. Celebremos
la libertad de pensar y comportarnos de la misma manera. Porque así somos. Aita, ama, apoyadnos. El silencio, la cobardía, el
consentimiento cómplice. El dañino imperio del grupo-cuadrilla. Sus lapidarias
sentencias. «Aupa, fotógrafo». En la novela, el recibimiento que se hace en el pueblo al excondenado expresa muy certeramente todo esto.
·
Una banda terrorista que, en
democracia, recibe tan enorme apoyo social… ¿Cómo es posible? ¿Son seres raros,
sus adeptos? ¿O lo extraño es no serlo?
·
Tantos actos patrióticos
financiados por todos…
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«En un país como este lo mejor es
callar».
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Me gusta cómo van naciendo las
dudas en Joxe Mari durante su periodo carcelario. Resulta convincente su abandono de ETA. «… así conocerá la
soledad que ayuda a los hombres a volverse serenos y reflexivos».
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Qué terribles pueden ser las
madres con las nueras. Y qué mujeres más cabezotas hay en esta obra. No puedo
evitar reconocerlas.
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Exclusión, desprecio,
deshumanización del otro… La defensa de una identidad nacional no es compatible
con la libertad individual (ni con el respeto a ella).
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Identidad, cultura, lengua… Veo
difícil reconocer la singularidad de los demás sin dinamitar, racionalmente,
estos conceptos. La identidad y la cultura se encuentran en permanente evolución
(porque se construyen). Y la lengua debería ser un instrumento para la
comprensión del mundo. Un instrumento que favoreciera precisamente la comunicación y el
entendimiento con el otro, que no puede sino ser un otro diverso.
·
Nadie se lee el poema premiado de
Gorka. Cuánto dice este detalle del nivel cultural y de la (nula) apreciación del
logro individual o artístico.
·
La educación contra lo borreguil,
contra la ingenuidad. ¿Ocurre así?
·
Cómo ha rechinado el castellano
del norte siempre en mis oídos. Criticaban, sin embargo, el acento andaluz. Un
desprecio basado en una asumida superioridad. Pero una superioridad basada en
qué. Ser boliviano, nepalí o keniata no era molesto. Ser español —te definen ellos—
sí.
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Los saltos de tercera a primera
persona son una genialidad en Patria.
La narración como encaje de bolillos al servicio del fluir de la historia y la
naturalidad de los personajes.
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Capítulo de “Vascos asesinos”. Perdimos alguna antena durante nuestras vacaciones con coche matrícula NA en Andalucía.
Podía suceder. Como también podía suceder que un familiar llamara «etarra, vasca
mala» a una niña de cinco años cuando ella hacía alguna travesura.
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El uso del escritor que interviene
en el encuentro de víctimas del terrorismo me parece un excelente recurso
autocrítico y metaliterario. Perfecto cameo si algún día hay película.
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Destaco dos momentos que para mí
resultaron especialmente lacrimosos: la aparición de Miren, Joxian y Arantxa en
la boda de Gorka; la reacción de Joxe Mari al ver las fotos de su hermana
Arantxa. Nada tuvieron que ver con el nacionalismo.
Patria: obra mayor, cumbre, redonda; retrato de una sociedad roída por un delirio peligroso; con unos personajes provistos de una despellejada humanidad.
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