H. Peeters: Malva
El limbo y el dolor
«Yo soy aquello que nadie desea recordar y en ello reside precisamente
la razón de mi existencia: recordarle a todo el mundo la posibilidad de que
algo salga mal».
Es la primera vez que reseño dos veces un mismo libro. Si lo hago es porque no estoy
segura de este último dato. Autora y título coinciden; la lengua y la fecha de
edición, no.
Leí Malva en 2015, cuando se publicó en neerlandés, su lengua original, y esa lectura fue, ante todo, una inquietante
experiencia lírica. Más allá de lo narrado —el abandono por parte de Neruda de
su única y enferma hija—, aquello era una caída por rápidos incómodos de
creatividad desbordante, puro hechizo lingüístico. El qué, el cómo y el cuándo en
perfecta simbiosis. Un bofetón estético bien dado por la mano de una de las
mejores poetas neerlandesas actuales, Hagar Peeters. (Informo del título de su
último poemario: El escritor es una madre
sola, 2019).
Al abrir Malva en español no
sabía, por tanto, qué encontraría, puesto que un libro traducido es un nuevo
libro. Sin esta sospecha bajo el brazo, y dada mi poca afición a las relecturas,
no creo que algo así hubiera sucedido, y estas líneas no se
escribirían.
¿Cuál ha sido la experiencia? Un avance más veloz y menos sudoroso,
desde luego. Con igual dosis de dolor por esa niña y esa madre despojadas y
apartadas de todo: no hace falta ser deforme para ser un paria, basta con que
te desprecien o no te quieran. Malva canta, y el apellido de la madre
—Vogelzang (canto de pájaro)— las envuelve. Y eso es todo lo que tienen. Y por
muy poco tiempo.
Echo de menos cierto peso poético inevitablemente perdido en la
traducción de una obra como esta. A la vez, ignoro de qué modos se pueden
recoger juegos fonéticos como el de «Mensenmuzak.
Zeesoep» (eses sordas y sonoras haciendo de las suyas), por ejemplo, de
pronunciación imposible en castellano («Un hilo musical humano. Sopa de mar»,
en la traducción).
La desgracia se ceba en la desgracia y Maruca termina dando mucha más pena que su hija. La Haya se
convierte en El Hoyo para ella: «Cada
paso había llevado inevitablemente al siguiente hasta llegar ahí, a La Haya, en
el año 1943 en plena guerra, a un primer piso, a una cama, sola y sumida en la
más absoluta oscuridad. No me atrevo del todo a entrar en esa habitación; esa
habitación en la que mi madre se quiebra», dice Malva.
Y sigue: «Él la dejó pudrirse en Holanda, ese lugar cenagoso y
desabrido, porque tras mi muerte no solo desaprovechó todas las posibilidades
de las que disponía como cónsul para sacarla del país sino que hizo todo lo
posible por evitar que alguna de esas posibilidades saliera adelante. Así fue
como ella fue a parar a Westerbork. […] Él, que con sus palabras había
condenado la ocupación de Holanda, con sus actos hizo todo lo posible por
impedir que su propia mujer o exmujer, que acababa de perder a su hija, pudiera
huir de aquel territorio ocupado por los nazis».
Cuánto han cambiado las cosas para Neruda en estos últimos años. La
sal que Lorca regala en su poema a la recién nacida, le entrega a esta la vida
póstuma. Una vida en la que ella abre la boca para decir: «Al no describirme en
ninguno de sus textos, mi padre no fijó ninguna imagen mía. Gracias a eso yo
tengo la última palabra respecto a mí misma y, con ello, la última y definitiva
palabra respecto a la obra de mi padre. […] Así como existió la palabra en el
principio, existe también en el final».
Las memorias de Neruda no mencionan a Malva. Sin embargo, sabemos que lo
no dicho es compañero de trasnoche y vida siempre, y construye realidades tan
palpables como las expresadas con insistencia. Aparentemente esa niña fue un
quiste extraíble del ego del artista. Pero más allá de conjeturas, apenas nada sabemos
del fuero interno de nadie.
La resignación de Malva llega a diez páginas del final. «No recuperaré
el amor de mi padre. La única oportunidad que tuve para ello, durante nuestra
vida, ya pasó». «No puedo decir que lo quiera, porque de hecho nunca lo conocí.
Y sin embargo, nada más morir me he obsesionado con la idea de que debo
rectificar el gran error que cometió al abandonarme».
No quiero cerrar esta página sin mencionar a Szymborska, que en el
texto de Peeters hace de abuela imaginaria de Malva; y a Goethe, poblador
también de su gran cielo de actores. De actores bien vivos y bien reales.
Malva (Rey Naranjo Editores, 2018), de Hagar Peeters | Traducción de Isabel
Clara Lorda Vidal | 238 páginas | 17,90 euros.
* Texto publicado el 30/10/2019 en Estado Crítico.
* Texto publicado el 30/10/2019 en Estado Crítico.
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