H. Abad Faciolince: El amanecer de un marido
Héctor Abad Faciolince: El
amanecer de un marido.
Seix Barral.
No recuerdo bien quién era yo hace dos años y releo: quiero estar segura de lo que intento decir. Veo que mi malestar se ha transformado, o marchado a otra parte, a rincones sin preguntas o lugares de donde no necesita regresar.
No es común en un hombre abatir de cuajo un tópico gastado: el del varón rechazado por
dolores de cabeza. Los hombres dejan de desear a sus mujeres y a la inversa no es así. Las ganas de ellos desaparecen, ya está. Ellas lo captan, lo sufren, lo
combaten; no lo entienden. El resultado es amargo y doloroso. ¿Qué pasa con el
sobrante de deseo, con el abandono físico, con la pasión muerta, con los
cuerpos? «Cualquier mujer acaba siendo equivalente para cualquier hombre». Los
estragos del no deseo matan a las mujeres, a todas, a cualquiera.
Es devastador, dije
a Héctor Abad, esperando que atenuara la gravedad del asunto. Su dedicatoria fue inamovible y contundente: «Para Leonor,
aunque sea devastador».
Pregunto a mi marido
qué piensa de todo esto. Yo no doy tantas vueltas a las cosas,
responde. Él. Que se acuesta conmigo sin saber con quién va a amanecer. Y aparentemente no teme.
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