J. Conrad: El corazón de las tinieblas
Joseph
Conrad: El corazón
de las tinieblas.
Alianza
Editorial. Traducción de Araceli García Ríos e Isabel Sánchez Araujo.
Él (otro
él) me regaló El
agente secreto hace años. Lo empecé, me atasqué, lo abandoné: el tacto de
sus páginas me resultó áspero, la mujer de la portada excesivamente trágica.
Tonterías de este corte marcan nuestro paso por el mundo. El sofá, tu llamada.
Ese tren. Esa alfombra.
El corazón de las tinieblas ha sido mil veces reseñado pero su
autor es nuevo para mí. Conrad eligió el inglés —aprendido tras el polaco, el
ruso y el francés— como lengua literaria, y aseveró que de otro modo jamás
hubiera escrito. Toda lengua ajena es una puerta hacia lo desconocido, un
machete que permite reinventarse y abrir luz en nuevas aguas.
Admito que
me convence más el título original: Heart of Darkness.
El sustantivo liberado del artículo (envidia de las lenguas latinas) gana peso y recoge lo que
esta novela es: la marcha ciega por la espesura de una colonización despiadada.
«Un tufo de estúpida rapacidad lo envolvía todo. La conquista de la tierra
significa arrebatársela a aquellos que tienen un color de piel diferente o la
nariz más aplastada que nosotros.»
El
aislamiento pone a prueba al ser humano enfrentándolo a sus lobregueces más
profundas. Nuestro destino es el olvido, la vida apenas da para conocerse a sí
mismo. Cuando llega la muerte, la conclusión es obvia: «¡El horror! ¡El
horror!», dice Kurtz.
A su
regreso a Europa, el narrador (Marlow) encuentra «caras llenas de estúpida
importancia, individuos vulgares ocupándose de sus negocios con la certeza de
una perfecta seguridad».
Fracasa mi
segundo intento de lectura de El agente secreto:
no sobrepaso las cien páginas. La dedicatoria decía: «Para L. Un libro diferente. (6 feb. 97)».
Comentarios
Gran viaje a través de los rincones más oscuros del ser humano, los juegos que hace Conrad con la oscuridad en esta novela se notan mucho en la película.
Gran acierto.
Un saludo.