A. García Morales: La tía Águeda
Adelaida García
Morales: La tía Águeda.
Anagrama.

Me gustaba mucho
García Morales y leí, en los noventa, cuanto publicó. Conmigo tengo La tía Águeda —mudanzas y bibliotecas sucesivas
me han impedido la posesión de muchos libros— y releerlo supone encontrar, de
nuevo, la literatura perfecta, la literatura que se desea escribir, la que no
se escribe porque ya está escrita.
Una obra inquietante, hipnotizadora. Un lenguaje parco que cae
como un martillo. Una voz contenida como su pelo tirante recogido bajo la nuca.
Personajes secos, atmósferas opresoras de aire denso.
Niños inteligentes, sensibles e introvertidos como los
de Ana María Matute, en cuyas obras el pavor también se destila entre líneas.
Cavar hacia lo hondo, hacia el interior de uno mismo. Destapar
misterios y pasiones, bucear por los fondos acuosos sobre los que flotan
nuestras composturas, nuestro estar en el mundo, nuestro supuesto
entendimiento.
No hay reflexiones filosóficas, ella cuenta algo «evitando
que el lector se tropiece con las palabras». La introspección emana de los
hechos, de los gestos, de lo dicho y lo callado, del silencio.
Desde 2001 (Una historia perversa, Planeta), no se
oye su voz. Ojalá volvamos a escucharla. O a conformarnos, al menos, con
volver a ella.
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