L. Meruane: Contra los hijos

Lina Meruane: Contra los hijos (una diatriba). 
Literatura Random House, 2018.


Contra los hijos responde, como indica su subtítulo, al sentido de la palabra diatriba: texto «acre y violento contra alguien o algo».

No ha sido escrito para que sus argumentos sean silenciados. Tampoco para que se piensen o comenten como quien mira la lluvia o se unta bronceador durante un domingo pacífico. Está escrito para descomponer nuestro escenario y cuestionar la convención: qué se es, qué lugar se ocupa, qué se quiere, qué se hace. Está escrito para avivar la discusión e impulsar una muy necesaria controversia: la del sacro imperio filial. Sus realidades. Su problemática. Sus implicaciones. Sus premisas.

No hace falta ser madre ni padre para opinar con conocimiento de causa, igual que no hace falta ser profesional de la política para votar con argumentos.

Este ensayo comenzó su andadura, cuenta la autora, en 2010, en la revista Etiqueta Negra. En 2014 lo publicó en formato libro Tumbona Ediciones. En versión revisada y ampliada, apareció el pasado febrero de la mano de Random House. Una cuestión vieja, por tanto, vieja y actual como nuestro pie sobre el mundo.

Corren grandes riesgos quienes se atreven a mirar y a ver distinto. Incisiva y sagaz, Meruane encara al sistema sin excluirse a sí misma, pues todos ocupamos alguna vez el centro de la diana. Contra los hijos se impregna de la rebeldía constante de su literatura. La autora destapa heridas que ya estaban abiertas, ata cabos, revisa la historia, interconecta pasillos visibles y subterráneos. Aquilata su discurso lleno de sentido y a ritmo vertiginoso va volcando su palabra mediadora.

Organizado en siete capítulos, no hay página libre de reflexión perspicaz o crítica constructiva. Algunos párrafos lanzan un dibujo turbador (por real), como el dedicado a las mujeres creadoras:

«Las creadoras-sin-hijos ejercen dos labores de manera alternada o simultánea: el trabajo asalariado y el trabajo creativo rara vez remunerado o remunerado de manera insuficiente. Las creadoras-con-hijos añaden otro trabajo ad honorem. Este último, además de ser sin salario, es sin días libres, sin vacaciones y tiene otra complicación: el cuarto propio de la creación suele estar dentro de la casa compartida por el hijo, un ser que no respeta puertas, que no conoce límites. Si para la creadora-sin-hijos tener dos trabajos es pesado e interfiere con su obra, para la otra, la con-hijos, las horas del día resultan insuficientes porque al horario asalariado hay que añadirle la implacable rutina materna y entonces, ¿de dónde saca el espacio temporal y mental para el oficio creativo?».

Un hijo es carne de dispendio, como también lo son el hogar unipersonal o la pareja sin hijos: a ninguna situación hace ascos la sociedad de consumo. Un hijo es tiempo, horarios, rutinas. Es espacio, necesidades, inquietudes. Un hijo es instinto, y también una decisión altamente meditada. Un hijo es escuela: de afectos, de resistencia, de límites propios y ajenos. Ante todo, un hijo es un hijo, una persona a largo plazo cuya vida marcan a fuego sus progenitores y algún que otro agente exterior.

Puesto que la completa independencia de criterio y acción no existe (nada viene de la nada, nuestras elecciones tampoco), un hijo es una convención como otra cualquiera. Reconocer los flancos débiles no soluciona el problema. Lo que conviene al adulto normalmente no le conviene al hijo. Lo que conviene al individuo no le conviene al Estado. Lo que conviene a la mujer no le conviene al hombre. Y sus contrarios.

Resulta difícil evitar la marea parental, no sucumbir apedreada bajo sus obligaciones o ante el creciente halo de frivolidad y estupidez que la rodea, a veces incluso desde antes del nacimiento, como esa moda horrenda de las baby showers.

Se podría seguir hablando, añadiendo al árbol nuevas ramas.

Por ejemplo, si frente a la categoría “madre” o “padre” podríamos quizá pensar en la de “personas con hijos”. O si convendría estudiar de mejor modo cómo afectan los hijos a las relaciones de pareja, si son compatibles familia y pareja en medio de las transformaciones que un hijo trae consigo, o qué sucede con esa pérdida de (necesaria) intimidad a menudo irrecuperable.

Se mire por donde se mire, hay algo común a todos: vivir complica.
A las mujeres, más todavía.

Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970) ha publicado la colección de relatos Las infantas (1998), las novelas Póstuma (2000), Cercada (2000), Fruta podrida (2007) y Sangre en el ojo (2012) y los ensayos Viajes virales (2012) y Volverse Palestina (2014). Por Sangre en el ojo recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.

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