J. Gracia Armendáriz: Diario del hombre pálido & Piel roja
Juan Gracia Armendáriz: Diario del hombre pálido & Piel
roja.
Demipage,
2010 & 2012.
«Uno no puede abrirse el
vientre a fin de que las palabras broten como vísceras humeantes. Sería una
falta de respeto».
Llevo dos
libros siendo enferma renal, participando del desdoblamiento vital que permite
la literatura (el irrepetible Mercury decía depender del exceso, que no es sino
otra forma de desdoblamiento). He vivido cientos de horas conectada a una
máquina de hemodiálisis, viajando de Madrid a Pamplona y de Pamplona a Madrid,
leyendo sin tregua, esperando un riñón nuevo, escribiendo estos diarios.
Diarios que son crónica y testimonio de un estado la mar de jodido.
Diario del hombre pálido y Piel roja componen los tomos II y III de
la «trilogía de la enfermedad» de Gracia Armendáriz, iniciada en 2008 con La línea Plimsoll. Desde su «situación
de interinidad corporal», el autor
nos presenta una patografía de la enfermedad nefrítica. A veces, la «bestia»
del sufrimiento físico espolea la lucidez. Con mayor frecuencia, admite el
autor, simplemente desgasta y debilita.
Trescientas
seis entradas en las que pasado y presente intercambian impresiones atravesadas
por un módulo clave: la mirada literaria. Ni chismes ni
exaltación del yo. Autocompasión, también, cero. Aguante y deseo de vivir, intactos
hasta el final. Un rostro pálido que ansía convertirse en un piel roja.
Salvaguardado, a ser posible, por el afecto.
«A veces los
golpes que propina la vida son puñetazos al aire. Golpes que sólo consiguen
incrementar la ceguera».
Convincentes
y emotivas, en estas páginas una descubre de pronto un nuevo significado para la
palabra pecera, revisitando de
costado una obra posterior del autor (La
pecera, Demipage, 2015).
Escritos en
lengua inglesa, pienso que estos diarios habrían sido un superventas inmediato,
portadores como son de hondura, buen hacer literario y universalidad. Por
desgracia, latitudes, apellidos, suerte y mercado mandan (y me dejo factores,
lo sé).
«Había
estado cuatro años flotando en el aire insalubre de una sala de hospital, como
un viejo y olvidado astronauta, atado a una decrépita estación espacial,
girando en la estratosfera de los sueros, de las transfusiones, de los
quirófanos, sin saber si algún día regresaría a la Tierra. Y ahora estaba en
casa».
Es tarea del
lector encontrar cauce a sus presentimientos.
Comentarios