V. Springora: El consentimiento

 

La resistencia

 

La distancia es clave en literatura, también cuando se escribe una crítica. En el prólogo de El consentimiento, Vanessa Springora (París, 1972) dice:

 

«Llevo muchos años dando vueltas en mi jaula, albergando sueños de asesinato y venganza. Hasta el día en que la solución se presenta ante mis ojos como una evidencia: atrapar al cazador en su propia trampa, encerrarlo en un libro».

 

Editora y cineasta francesa, El consentimiento, publicada en 2020 y traducida a veinte lenguas, es su primera novela. El cazador al que se refiere es el escritor Gabriel Matzneff (1936). La fama de este último no me interesa lo más mínimo. Sí confío en que, igual que Springora lleva hoy una vida feliz, él quede encerrado entre los barrotes de este libro.

 

Hay algo en esta obra que perturba, algo relacionado con la identidad —con lo vivido— más allá del yo lector. Remueve una zona incómoda, y resitúa experiencias demasiado habituales entre las mujeres sin apartar la mirada de un punto específico: el consentimiento.

 

Springora revisa unos hechos que en su instante y lugar (París, años ochenta) apenas escandalizaron a nadie. Ella acababa de cumplir catorce años. Matzneff, cincuenta. La autora espera más de tres décadas para referir aquello y sacarlo de su jaula: el abuso impune, las hondas secuelas. Despacio, los tiempos cambian. Hoy la ley —la sociedad— juzga con otros ojos. Percibe, por suerte, de otras maneras. Punza pensar que todos somos hijos de una época.

 

Narrada en primera persona, la autora tiene cinco años al principio de la historia. Es hija única. El matrimonio de sus padres se disuelve. Su padre parece «una corriente de aire», cambiante e irascible. No tardará mucho en abandonar la escena.

 

La madre trabaja en una editorial. Personalidades del mundo literario frecuentan el círculo íntimo de madre e hija. La niña crece entre libros. «Los libros son mis hermanos», dice, «desde muy pequeña entiendo que el amor duele». «La carencia de amor como una sed que se lo bebe todo».

 

El vacío dejado por el padre, un temprano despertar sexual, el deseo de que los hombres la miren. Todo parece cimentar lo que sucede después.

 

La elegancia y desnudez aquilatan el texto, dividido en seis capítulos y un sencillo post scriptum. Se conceden espacios a la respiración, donde sentimos el sombrío juego dispuesto. Ante los hechos consumados —somos espectadores— tragamos la bola de dolor de la protagonista. Nuestra tarea (si la hay) empezará una vez cerrado el libro.

 

«Hay muchas maneras de arrebatarle a una persona su yo». Todo está medido por parte de él —cada acto, cada decisión tomada, cada palabra— para llegar a sus fines sin exponerse al peligro. «Gracias a él ya no soy la niña solitaria que espera a su papá. Gracias a él por fin existo».

 

Consentir, de bella raíz latina (consentio: coincidir, ser de la misma opinión o del mismo parecer, estar de acuerdo; estar en armonía, corresponderse, ser similar), parece haber adquirido cierta monstruosidad: permitir, condescender, mimar, creer, otorgar, obligarse, acatar, soportar, tolerar, resistir, resentirse, desencajarse, principiar a romperse. [Wiktionary.org y Rae.es, respectivamente].

 

En Países Bajos, donde la educación sexual se inicia a los seis años, una de cada nueve estudiantes declara haber sido violada durante su periodo universitario. Datos de junio del año 21 de nuestra era[1].

 

El machismo y sus crímenes nos hunden cada día. El abuso de las mujeres es el delito más frecuente, cometido a gran escala, ante la mirada de todos, en todo lugar. «¿Y cómo les va después a todas esas niñas a las que describe en sus libros? ¿Alguien ha pensado en ellas?», le preguntan al depredador dos o tres años después en televisión.

 

No es un hombre común. Es un depravado. Un grandísimo manipulador narcisista. Un pervertido. Nutre su literatura de sus asaltos. Pero a esa niña no la protege nadie. «La vulnerabilidad es precisamente ese ínfimo resquicio por el que perfiles psicológicos como el de G. pueden introducirse».

 

Resistir, sobrevivir. «Escribir suponía volver a ser el sujeto de mi propia historia. Una historia que me habían confiscado hacía demasiado tiempo». Se cierra el cuerpo. Se abre. Habla. Como dice la autora, «tras la liberación de las costumbres, también está liberándose la voz de las víctimas».

 

Estamos al comienzo de un largo camino. Despertando en la orilla, recogiendo aún basura. Llegarán testimonios desde múltiples ámbitos. Nombraremos las cosas. Quien usa la voz, esgrime su fuerza.

 

El consentimiento (Lumen, 2020) | Vanessa Springora | Traducción de Noemí Sobregués Arias | 200 páginas | 19,90 euros.



[1]  https://www.ioresearch.nl/actueel/een-op-tien-vrouwelijke-studenten-zonder-instemming-gepenetreerd/

 

* Publicada el 25/06/2021 en Estado Crítico.

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