R. J. Sender: La tesis de Nancy

Ramón J. Sender: La tesis de Nancy.
Casals. Edición de Francisco Troya y Pilar Úcar.

Leer La tesis de Nancy es visitar a un vecino con quien se había coincidido únicamente en el ascensor. El promotor de la cita fue Gonzalo Fernández, traductor y amigo en cuyo criterio confío. Que si recuperar el uso en desuso de nuestra lengua. Que si la literatura. Que si una tertulia en español. Dónde encontrar gente: el gran problema. Mi vida a lo leche condensada (trabajo, hijos, libros) y mi recelo de los grupos no son de gran ayuda. Y sin embargo, logramos reunirnos: cuatro traductores, una historiadora, un doctor en matemáticas y la que teclea. Triturando a siete bandas literatura en español.

Perteneciente a una familia «de honda raigambre aragonesa», Ramón J. Sender (1901) fue un «escritor a contrapelo», fecundo y ácrata como pocos. En 1939 se exilió a México y luego a Estados Unidos. Trabajó en las universidades de Alburquerque y de Los Ángeles. Desde EE UU, donde murió en 1982, publicó la mayor parte de su obra, incluida esa pieza de oro escrita en una semana, Réquiem por un campesino español.

La tesis de Nancy (1962), novela de género epistolar, narra el año de investigaciones de una joven estadounidense en Sevilla. Prepara su doctorado en una disciplina de recia solera, la gitanería. De gran ayuda le resulta Curro, su novio calé. La actitud curiosa, inocente y pragmática de Nancy dará pie a un cúmulo de situaciones desternillantes.

Supongo que el asombro ante un país extranjero es inevitable y, por ende, un hecho bastante universal. A menudo esta mirada capta lo que los autóctonos no ven. Y de esta excusa se vale Sender para plasmar la riqueza inmensa de un idioma, que resume una cultura entera y otro modo extraño —como todos— de relacionarse con el mundo.

Me topo con un aluvión de vocablos/expresiones de mis abuelos paternos. Desde la dureza del castellano pamplonés —tan hiriente, tan parco, tan seco— llegar a Huelva/Sevilla era pisar un vergel. Nos relataban. Hacíamos los mandaos. Comíamos peros. Jugábamos en el doblao. Niña, qué esaboría. Niña, guarrería joía. Gozo y río mientras leo pero a ratos me invade un anhelo pesaroso: cuánto español voy perdiendo, cuánto español reconozco pero no utilizo ya.

Entre los tertulianos, la novela no genera aplausos. Aplauden que el viaje y la ingenuidad de Nancy lleguen a término. Pero qué grande Sender, pienso, capaz de licuar cualquier tema con el virtuosismo de un experto cocinero. Lo siento menos forastero que antes. Espero volver a encontrármelo en el ascensor que no tengo.

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