I. Bono: Pan comido
Isabel Bono: Pan comido.
Bartleby Editores. Prólogo de Juan Pardo Vidal.
«Si el mar es el mismo, ¿por qué no descanso?».
«No te pares, dijo, porque moverse sostiene».
Lo empecé descentrada, al sol de julio, en un escenario lúgubre: casa
grande, miedo grande, tú en la sombra, esperanza chica.
La larga nostalgia. El corto verano. Los inmensos
títulos. Bono escribe consciente de la irrealidad que construye, y por ello
precisamente convence. Un relato recordado, fiel a los hechos (quizá), pero
ante todo, creado a golpe de pulsión poética y autoconocimiento.
Racionalidad y visceralidad se enriquecen y
desmiembran mutuamente. Afectos revueltos, irresueltos. Revelaciones. Representaciones que
escuecen.
«Si supieras qué absurda me parece
esta sombrilla
y estas estrellas (de mar) movidas
por ningún amor.
Qué absurdas esas risas
el calor y los filtros solares.
Yo quería tormentas, no este sol espléndido».
Vivir es el juego más extraño. Aquel en el que las
leyes de la probabilidad revientan, por el centro y los costados, el tablero.
En cada casilla, un fantasma. Los saltos del dado vertiendo venenos.
Puede que Pan comido sea, como indica Pardo Vidal, un libro sobre el amor. Amar es
un arte, y su acción creadora deja aquí su rastro en forma de texto. La
intransferible, compleja experiencia del amor: «Algo falla, lo noto: te costó
convencerme de que éramos felices». Su difícil engarce: «Tú piensas en algo. Yo
pienso por escrito». Sus desesperaciones: «Mis neuronas, […] / no entienden
por qué sólo una vida / y por qué precisamente sin ti». Su base endeble: «Sólo se puede querer si crees a
ciegas que te quieren».
Qué aburrido, vivir sin crear, me digo.
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