P. Porroni: Buena alumna
Paula Porroni: Buena
alumna.
Editorial Minúscula.
Paula Porroni nació en Buenos Aires y vive en algún lugar de Europa. Buena alumna fue, en 2016, su primera zambullida oficial en la ficción.
Cambridge, Inglaterra. Una joven regresa a la ciudad donde cursó Historia
del Arte. Hija única, padre muerto, ahorros familiares en mengua. La madre prometió
enviarle dinero desde Argentina durante un año más. Como toda madre, aguarda «el
tropiezo de su hija». La hija, como toda
hija, se propone alejarse de la órbita materna, abrirse camino como sea,
progresar.
Da Porroni con el tono correcto en esta historia llena de autolaceración
y aspereza. Lo hace con un estilo duro, incisivo, que arropa el contenido
como guante perfecto: «Quisiera que miles de manos me aniquilaran a golpes. O
que me clavaran en el ojo una aguja de tejer».
La soledad, el miedo al fracaso y la ausencia de vínculos profundos vertebran
el relato y descabezan en la protagonista cualquier indicio de certidumbre
personal. El temor a decepcionar a los demás —incluso al padre muerto—, a no
cumplir con lo que también ella espera de sí misma, acompaña cada movimiento
para llegar a un punto mutilador: «Agradezco que papá se haya muerto tantos
años atrás. Si papá viviera, tal vez un nuevo infarto lo mataría producto de la
desilusión. Como consecuencia del fracaso completo, profundo, indignante, de la
hija».
Entrar en la edad adulta pasa por conseguir un
trabajo y hacerse cargo de las circunstancias, perspectivas improbables para
esta buena alumna. De poco sirve ser
aplicada —ser buena alumna— sin confianza
ni ambición perseverantes: las oportunidades se desvanecen como si las rozara una goma de borrar. «Es porque me falta voluntad y disciplina que fracaso».
Transcurre el tiempo, pasan las semanas, y sobre ese yo frágil y crítico
se acumulan a quintales la culpa y la desorientación. La excelencia educativa
de la universidad donde estudió no ayuda: «Ahora corrijo. Raspo, raspo. Hasta
dejar solo un hueso pulido. Busco en mí esa lengua de muertos. Esa lengua
árida. Infértil. Porque así fuimos entrenados. En la mejor universidad del
mundo. Para crear un paisaje glacial de palabras».
Autolesión a autolesión, la novela avanza: «Camino hasta el baño y con
toda mi fuerza estrello el pie contra el marco. Me inmovilizo. Inhalo. Calculo
y vuelvo a estrellarlo. Siento algo que se suelta y sube y rodea el pie y la pierna, sube hasta la
ingle, la cara y los ojos, y después se expande y me envuelve completa». […] «Abro la puerta del baño, encajo tres dedos entre
el marco metálico y la puerta, y cierro. Y entonces todo se detiene. Un
cortocircuito. Un vacío. Como un martillazo en la sien. Basura. Basura. Perdedora. Voy a quedarme atrás,
siempre atrás». […]
«Me arranco un pedazo de uña. Prometo que este nuevo año voy a esforzarme aún
más. Voy a darlo todo de mí misma. Todo lo que tengo. No voy a vivir
extraviada. No voy a ser un cero a la izquierda».
La crudeza del mundo desarrollado
se filtra y muestra su aridez en cada rendija: la apatía, el aislamiento, el
individualismo descarnado, la falta de sentido vital. «Desde hace días casi no
hablo con nadie. Solo intercambios cortos con las empleadas de los negocios,
del metro, del supermercado». Experiencias cotidianas —por exceso: familiares— entre tantos
expatriados, empujados o hundidos en la deriva formativo-laboral.
«Mamá se niega. Planta los pies. Quiere de vuelta a su hija, su única
hija. Su inversión fallida».
Ojalá lleguen más óperas primas como esta Buena alumna. Ojalá no se lastime más.
* Esta reseña fue publicada en enero de 2018 en la revista Las Críticas: http://lascriticas.com/index.php/2018/01/29/buena-alumna-de-paula-porroni/
* Esta reseña fue publicada en enero de 2018 en la revista Las Críticas: http://lascriticas.com/index.php/2018/01/29/buena-alumna-de-paula-porroni/
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