J. M. Jurado: Cuaresma


 

Hacia el todo del adentro

 

«Toda revelación ha de merecerse. [...] Merecer es haber hecho hueco».

 Chantal Maillard, Husos (2006)

 

Son varios los autores que, tiempo cerca, han confluido en un áureo haz de lecturas: Christian Bobin, Pablo D’Ors, Chantal Maillard, José Mateos. Cada uno con su halo y con su música. Y todos, a la vez, volcando (des)interpretaciones sobre lo que creemos. Algunos ni siquiera necesitan pasear o moverse. Les basta la quietud de una silla para acercarse a lo esencial, brinde lo que brinde, traiga lo que traiga.

 

El misterio que nos rodea no deja de provocar estupores. Ante ellos, la palabra. Leer a José María Jurado no es nada fácil. Capas sutiles, una poética profunda, ecos de la lejanía más íntima. Sus textos se repliegan desde docenas de ángulos hasta enredarse en lo escondido. Podríamos llamarlo el entresijo, allá donde se ocultan los arcanos. Una invitación a sumergirse (a ungirse) por entero: pie, rodilla, abdomen, hombros. Nuestro pecho en las aguas.

 

Cuaresma nace del desvelo y de la reverberación. Recoge cuarenta visiones de «esencia mística» y «naturaleza lírica», identificadas por el autor como «el embrión de un cambio». En el Atrio se nos invita a entrar. En el Nártex se nos despide. Cada página presenta una iluminación acompañada de ilustraciones de Pámpano Vaca.

 

Una obra repleta de señales bruñidas en el viejo enigma. Se trata de despertar, de transformar en luz y conciencia la ignorancia. La mayor parte de los textos permaneció inédita durante una década. El púrpura y sus matices (morados, magentas, añiles) conceden a muchas escenas un aire litúrgico. Sin mística nos desmembramos, parece decírsenos. Las revelaciones se entreveran con la realidad en imágenes de gran plasticidad, ampliando así su grito y significación.

 

El arte es uno de los modos que tenemos de llegar, o de sentirnos, más allá de donde estamos. O, como afirma Lorenzo Clemente en el prólogo de Cuaresma, «de acercarse a las verdades más profundas y al dolor más intenso y hacerlos soportables». La belleza despeja el camino a lo esencial. Lo onírico y la imaginación estallan como formas de conocimiento. Lo invisible (lo inefable, que dijo Aristóteles) deriva en sostén del mundo y se une a la razón. Sentir —más que comprender— es tal vez el gran salto. ¿Y si todo lo buscado se encontrara ante nosotros?

 

El alfabeto expresa lo comprensible, lo pronunciable. Pero a veces conviene desechar referencias, prescindir del significado exacto. Para que lo vivible emerja en todo su esplendor. Y nos sacuda. Y nos lastime. Y sea eso otro lo que hable.

 

Herbario de transeúntes, de locos, de perdidos, de almas inquietas y apartadas, de solísimos. Cuando la fiebre y el delirio nos desmayan, se destapa el inframundo que también somos. Esta obra huele a catedral, con su imaginería —como cuadros o retablos— prendida de sus muros-páginas.

 

Esōtérō en griego significa «más adentro». Vengamos de donde vengamos, a ese lugar nos desplaza José María Jurado. Valga una muestra:

 

«Nadie pisó jamás el último peldaño, nadie conoce el primero».

«He probado la carne y era amarga. Todavía sabía a matadero. Y por eso prefiero el trigo y el pescado. Ni la carne del cerdo ni la res ni la carne del pollo ni del pato».

«Canta, pájaro, canta. Completa los abismos del silencio, los espacios vacíos donde el miedo perdura».

«Un rebaño de cabras te ha seguido los pasos. Desde adentro te llega un eco de campanas remotas. Pero tú no estás entre los escogidos. No has superado la prueba. Desesperas. Y con los chivos bajas al desierto».

 

Cuaresma (Cypress, 2020), de José María Jurado García-Posada | Ilustraciones de Pámpano Vaca | 104 páginas | 15 euros.

 

Publicada el 16/03/2021 en Estado Crítico.

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