E. Fortún: Lo que cuentan los niños




El mundo gira quieto

Saltar de Elena Garro a Elena Fortún (1886-1952), nacida Encarnación Aragoneses, no tiene mucha lógica lectora, lo reconozco. Que un conejo entrevistara a niños trabajadores en el Madrid de los años 30, tampoco. Se llamaba Roenueces y era reportero de Gente Menuda, suplemento infantil de la revista Blanco y Negro. Las tareas redactoras de Fortún (empezó a colaborar en el cuadernillo en 1928) se multiplicaban, y el uso de seudónimos y heterónimos le permitía diversificar su camuflaje. Roenueces fue uno de sus varios sobrenombres.

Lo que cuentan los niños recoge dieciocho entrevistas llevadas a cabo por este roedor durante 1930 y 1931. Son conversaciones reales mantenidas por la autora con niños trabajadores de Madrid (principalmente) y del pueblo segoviano de Ortigosa del Monte. Nos indica María Jesús Fraga en el prólogo que se ha podido comprobar la identidad de la mayoría de los entrevistados. Los textos plasman no solo la frescura infantil con que los pequeños relatan sus vivencias, sino también la intencionalidad de la autora de querer transmitir, al público lector (niño igualmente pero privilegiado), la dureza de esas vidas desfavorecidas, a menudo alejadas de la escuela y de sus familias. Por lo que sabemos, esta voluntad reivindicativa de Fortún fue parte de otros escritos suyos de la época (se cita la revista Crónica como ejemplo).

Es por ello que la introducción de José María Borrás, experto en  historia de la infancia, añade valor a esta obra, al dotarla de contexto. Información censal, legislación sobre el empleo de menores, negociaciones obreras, la evolución de la oferta y demanda escolares… el retrato de esos años resulta fundamental para comprender a los niños. La escuela comenzaba a perfilarse «como herramienta de movilidad socioprofesional» pero faltaban maestros, locales, inspecciones, plazas escolares. El abandono de las aulas seguía marcado por las necesidades familiares, que reclamaban la ayuda y contribución económica de los mayores de diez años. Como bien se explica, el trabajo de los menores iba disminuyendo sin llegar a desaparecer, «un hecho social extendido, imposible de medir».

En paralelo a la lectura, conviene detenerse en las fotografías que abren las entrevistas, y reparar quizá en la sencillez de los títulos: ‘Un trompeta’, ‘Castañera y periodista’, ‘Un carpinterito’, ‘Un tabernero’.

Me permito añadir, antes de cerrar artículo, el testimonio de otros cuatro niños de la época:

Juana Gil, criada. Sale de su pueblo de chiquilla para trabajar en casa de un médico sevillano. No abandona el servicio doméstico hasta cumplir los cuarenta.

Pepe Ruiz, jardinero. Con siete años riega el patio de una familia rica del pueblo. Carga él solo el agua desde la fuente. Le dan tres perras chicas y un puñado de aceitunas revenidas. Por la noche, comparte una sardina vieja con sus hermanos.

Juanita L. Flores, niñera en su aldea desde los siete. Una familia de San Sebastián se la lleva de sirvienta a los diez años. No vuelve al pueblo.

Cruz Martínez, labrador. Catorce hermanos. Ayuda en las faenas del campo desde que tiene uso de razón. Vendimia y siega para las familias pudientes cuando lo pide la tierra.

Recuerdo muy vagamente los cuentos de Celia, de la que no fui gran seguidora. Títulos como Celia madrecita o Celia se casa me resultaban incomprensibles y espantaban: no conocía un solo caso de gente casada feliz a mi alrededor; con hijos, mucho menos.

El mundo gira y cambia. Lentamente, con esfuerzos enormes, de manera imperfecta. Noventa años después de las entrevistas de Fortún a estos chiquillos, la realidad sigue siendo la misma o peor según dónde miremos.


Lo que cuentan los niños. Entrevistas a niños trabajadores (1930-1931) (Renacimiento, 2019) | Elena Fortún | 280 páginas | 17,90 euros | Edición, prólogo y notas de María Jesús Fraga | Introducción de José María Borrás Llop.

* Texto publicado el 29/04/2020 en Estado Crítico.

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