T. Olson: Dime una adivinanza

 

Memento mori

 

Llevaba varias semanas sin abrir un libro de cuentos, en concreto desde la última incursión fallida frente a la Historia universal de Ali Smith.

 

Dime una adivinanza es el segundo título de Las afueras que pasa por mis manos. La editorial echó a rodar con exquisito gusto en 2017. No es justo comparar obras, pero la lectura previa de Como si existiese el perdón, de la argentina Mariana Travaccio (que recomiendo con entusiasmo) colocó un alto listón.

 

Tillie Olsen nació en Estados Unidos en 1912. Hija de activistas políticos rusos, destacó por su participación en el movimiento feminista y por dar voz, política y literariamente, a la clase obrera norteamericana. Falleció en 2007.

 

Entre sus obras, destacan Yonnondio: From the Thirties, novela iniciada en los años treinta y no publicada hasta 1974, el ensayo Silences (1978) o Dime una adivinanza (1961), volumen con «cuatro historias cortas, unidas entre sí por los personajes de una familia».

 

En el primer relato (‘Aquí estoy, planchando’), la cotidianidad se despoja de toda elegancia y suave revestimiento. Fragmentado, anodino, caótico, intrascendental… Parece una escritura surgida bajo presión, entre quehaceres y obligaciones, y que podemos quizá relacionar con lo que apunta Jane Lazarre en el prólogo: «las pausas e interrupciones [de Olsen] sugieren hondas brechas y escarpados descensos hacia sentimientos aún por nombrar».

 

‘¿Qué barco, marinero?’, cuento muy dialogado dedicado a Jack Eggan, marino muerto en la batalla del Ebro, gira alegóricamente en torno a la melancolía de su título, volcando frente a nosotros el poso húmedo de la pérdida y la desubicación. «La lluvia surca las ventanas, suplicante, persistente, como dedos que tantean a ciegas en la oscuridad».

 

Cómo la discriminación (racial, en este caso) se nos descubre desde edades tempranas, y cómo esta nos aparta a unos de otros, ciñe el planteamiento del tercer relato, ‘Oh, sí’, en el que una madre intenta proteger de semejante vergüenza a una hija. «¿Por qué son así las cosas y por qué deben importarme?».

 

Llegamos así al último texto, ‘Dime una adivinanza’, el mejor y más extenso, cuyo comienzo es este: «Llevaban casados cuarenta y siete años. Nadie podía decir cuán profundas se hundían las tercas y retorcidas raíces de la disputa. Solo ahora, cuando las necesidades de los demás ya no los mantenían encadenados el uno al otro, las raíces se volvían visibles, para quebrar la tierra entre ellos y, en su desgarro, sacudir a los hijos, crecidos hace tiempo».

 

Una pareja de emigrantes rusos encara el final de sus vidas. Llegaron a EEUU de niños. Tuvieron siete hijos. Ella, enferma, rememora el bestial trabajo doméstico («valía la pena tener un bebé solo por los diez días de descanso en el hospital»), labor que le impidió leer y vivir entre libros, su deseo más agudo. Después de una existencia marcada por esfuerzos y escasez, quedan la infelicidad y una larga ristra de reproches.

 

¿Y qué es la infelicidad, podríamos preguntarnos, ese bicho sinuoso y escapista que tan a menudo nos muerde? La infelicidad, según la protagonista, es vivir alejado de uno mismo. Contemplar el tiempo ido sin haberlo habitado. Saber que todo acaba y que nos marchamos dejando planes y sueños por el camino sin haber cultivado lo que llevamos dentro.

 

Por fin ella habla claro, por fin sabe y dice lo que quiere. Desea estar sola. Ha vivido para los demás, no con ellos, y ahora quiere estar consigo misma. Su lucidez resume el proceso de crecimiento interior y de liberación de una mujer. Se desconecta del barullo, de las necesidades de los otros, de sus reclamos. Y se concentra en sí misma. Medio ciega y medio sorda, «ella no iba a cambiar su soledad por nada del mundo». La recibe como un último regalo. A la paz que le procura se agarra con toda su fuerza.

 

La proximidad de la muerte afila su voz y su mirada: «Hay que tratar de comprender todo lo que ocurre». «¿Qué más, qué más no alcanzamos a oír?». «¡No quiero pastillas, déjame sentir lo que siento!». «Diles que escriban: raza, humana; religión, ninguna». «Aprender qué es lo que humaniza a los hombres, eso hay que enseñar. Destruir todos los guetos que nos dividen». Destellos que, con frecuencia, el texto destaca en itálica.

 

Con gran realismo se retratan los años de convivencia y vida familiar, y también el giro del matrimonio ante la prolongada agonía y la despedida inminente: de la cólera y la recriminación pasan ambos a la honestidad, la compasión y el humor. «¿Es ella todo esto? Ruidos moribundos, manos como pinzas reptando por las mantas. Un canto inaudible».

 

Es fácil perderse a lo largo del libro en el torrente de nombres y conversaciones, por lo que conviene no olvidar que se trata (en distintos momentos, con apariciones variantes) de los personajes de la misma familia.

 

Cierra el libro un acertado epílogo de Laurie Olsen, una de sus hijas.

 

Dime una adivinanza (Las afueras, 2020), de Tillie Olsen | Traducción de Blanca Gago | Prólogo de Jane Lazarre | 184 páginas | 17,95 euros.

 

Texto publicado el 04/05/2021 y el 05/05/2021 en Las Críticas y Estado Crítico.

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