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Mostrando entradas de mayo, 2020

L. Etxenike: Aves del paraíso

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Reparar el nido Aves del paraíso llega por correo ordinario desde Salamanca, ciudad donde la obra también fue impresa. Es el primer título que leo de la autora, de la que recuerdo la hospitalidad de una noche en su casa y un gato al que le tuve mucho miedo. Leo en el suelo. Desde el césped, sube al libro una araña que observo campar a sus anchas, pasear por la página, posarse sobre los dibujos y descolgarse al rato, medio saludando, ella sola, como si hubiera concluido lo que vino a hacer aquí, quién sabe qué faena. Desde el inicio se respira la desnudez del lenguaje, elemento clave en esta historia dura, intrigante, portadora de un severo peso. Algo debe descubrirse y encontrarse. Algo que tiene que ver con lo no dicho, con lo no hecho, con lo que uno ha empujado al interior de uno mismo con el talón del zapato, hasta esconderlo o hacerlo trizas igual que pisoteamos el erizo de las castañas. Esta última imagen se repite con mesurada insistencia a lo largo del

J.M. Jurado García-Posada: Herbario de sombras

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Hondo conjuro Los malos libros —el arte malo— apenas inspiran palabra ni sentimiento alguno. Nos dejan en nada o incluso peor: tal como éramos. Herbario de sombras , el poemario del que aquí viene a hablarse, de José María Jurado , no. Extiendo las notas recogidas durante su lectura mientras Debussy escapa de la habitación de un hijo. La edición de este herbario me turba —por bella—: marfil al fondo, verdes trazos, un temor primero a profanar sus páginas. Dentro, el asombro, la vida que aflora en la penumbra. ¿Qué rescatamos, y cómo, y para qué, y desde cuándo? Se atisban inviernos. La caída del sol que brilló tanto. El tiempo avanza y es gran caballero: cumple siempre su palabra. Uno tiende a ordenar su huerto y su jardín. Como se ordena, de modos afines, todo texto. Esta colección lírica la forman cincuenta piezas, distribuidas en cinco partes al siguiente compás: 8, 16, 8, 10, 8. Un ocho que se triplica y posiciona equidistante. No es mi campo el de la intrig

A. Ernaux: La mujer helada

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«Mis mujeres, las mías, vociferaban todas, tenían el cuerpo descuidado, demasiado pesado o demasiado plano, dedos rasposos, caras sin pintar o con gruesas manchas rojas en mejillas y labios». Primera página de La mujer helada (1981), de Annie Ernaux, narradora nacida en el pueblo normando de Lillebonne . Hija única de pequeños comerciantes, revisa aquí su adolescencia e infancia, intentando comprender qué la llevó a quedar atrapada en una vida que distaba de la libertad y el amor propio en los que la educaron. Ernaux lleva a cabo —y caracterizará toda su producción literaria— una fina operación destripadora, con bisturí poco dispuesto a ocultar hemorragias. Todo viene de algún lado. Hay una historia, unos motivos, ciertos pasos dados en determinados instantes. Los cimientos no son tal vez los que parecían ser. Sobre todo, no garantizan la firmeza del edificio, expuesto a la intemperie de los tiempos, que son la sociedad, las expectativas, las ataduras, el no poder re