A. Camus: La peste


 

Albert Camus: La peste.

Edhasa, 2022. Traducción de Rosa Chacel.

 

Camino del puerto, en plena playa, un pie roza el cadáver de una rata sobre la arena.

 

Pandangbai, isla de Bali, paraíso convertido en cenagal de resorts, ruido y desechos. Espero la salida de un barco. A través del ventanal, en la sala de taquillas, veo llegar a un hombre bello, muy bello, con mujer y tres hijos. Enseguida los escucho hablar francés.

 

Zarpamos. Sopla el viento. Los pasajeros recorren cubierta  buscando cobijo del sol. Leo a Camus cerca de popa. El hombre bello aparece con su hijo menor y se sientan a mi izquierda. Piernas hermosas, voz hermosa, manos hermosas. Me pregunto si olerá mi gel de ducha, si sospecha que hablo español. La timidez me mantiene silenciosa, pero a los pocos minutos dice al niño: “¡Vamos!”.

 

Una joven rubia observa la escena y se sonríe. La ensoñación invade por un momento su rostro. Mantiene un cuaderno abierto en el regazo, una pluma en la mano. Entre apuntes y libros, nuestras miradas se cruzan varias veces a lo largo del viaje.

 

«Solo el mar atestiguaba todo lo que hay de inquietante y sin posible reposo en el mundo».

 

¿De qué nos habla Camus en La peste? Una epidemia bubónica asola la ciudad de Orán. Ataca primero a las ratas y después a los humanos. Orán se cierra y corren los meses. «Lo primero que la peste trajo a nuestros conciudadanos fue el exilio», nos cuentan. La peste termina abandonando la ciudad, pero nadie entre los vivos vuelve a ser quien fue.

 

«Lo natural es el microbio. Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere, son un resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe detenerse nunca».

 

¿Qué olor desprendemos cuando nos comportamos como ratas asquerosas? ¿Y cuando actuamos dignamente? Ni la bondad ni la maldad pueden esconderse. Con el tiempo, impregnan nuestras células, conquistando nuestros poros y aspecto exterior. La peste es nuestro germen latente, «la vida y nada más», dispuesto a manifestarse en cuanto encuentra ocasión.

 

«Que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio», afirma el bueno del doctor Rieux.

 

Escucho el mar y recuerdo Panza de burro, de Andrea Abreu. Dos niñas en una isla canaria, en un verano de ternura y derrota: la vida despiadada, el latido de su jerga, chanclas en sus pies. Similares a las que hace un rato tocaron una rata en el paraíso.

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